Charles Mallory Hatfield fue uno de esos raros casos de embaucadores de finales del siglo XIX y principios del siglo XX que tuvieron la suficiente mala suerte como para que las promesas a sus clientes se cumplan. Comenzaba la primer década, y Charles, tras haber probado varios trabajos como vendedor, decidiría dedicarse al negocio de la lluvia. Una actividad considerada como lucrativa en una época donde los tónicos para la juventud y la calvicie hechos con “recetas secretas” abundaban por las calles. Con su nuevo negocio en mente, nuestro fatídico héroe comenzaría a investigar maneras de hacer llover. Probando varias mezclas de químicos y sustancias, que tras mezclar ponía en tambores con el la intención de lograr una rápida evaporación y así distribuir la mezcla por las nubes, “excitándolas” y llevando a una repentina liberación de su agua.
El “Rainmaker” como ya era conocido en todo los Estados Unidos, accedería, entregando a las autoridades su pedido de pago en el cual establecia los márgenes de lluvia y cuánto debían pagarle por pulgada de la misma. No obstante, el consejo de San Diego le ofreciera 10 mil dólares por todo el trabajo. Hatfield aceptaría y comenzaría la construcción de una enorme torre cercana al lago desde la cual lograría la evaporación de su mezcla. Todo estaba listo, y para principios del 16 la torre comenzaría a funcionar. Poco podría haber imaginado Charles que ese año comenzaría con una de las mayores tormentas registradas en San Diego. Los ríos y la reserva comenzaron a desbordar, arrastrando puentes y columnas de energía consigo y causando, en general, grandes pérdidas económicas, incluidos severos daños a las represas de Lower Otay y Sweetwater.
Como es de esperar, la prensa y la opinión pública se abalanzarían sobre el tan famoso “Rainmaker” exigiéndole respuestas. Hatfield, obviamente, respondería que su parte había sido cumplida, y que la ciudad le debía 10 mil dólares. Por supuesto, y como es de imaginar, el pago del servicio no llegaría nunca, incluso tras varios años de demandas judiciales. Tras esto Hatfield continuaría con su carrera, más famoso aun. Incluso sería contratado para apagar un enorme fuego forestal en Honduras. No obstante, poco a poco su fama se iría perdiendo, lo dejaría su esposa y moriría a la edad de 83 años. Si bien su leyenda sería popular, hoy se cree que Hatfield basaba su “fábrica de lluvia” en su intenso conocimiento sobre meteorología. No obstante, Hatfield aseguraría incluso hasta el día de su muerte sobre su convicción en la efectividad de su técnica.
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