febrero 10, 2010

La cuestión de género que degeneró


Tenemos la eterna discusión sobre la utilidad o no del arte, y más que utilidad, lo utilitarista, o que si esta al servicio o al propósito de los gobiernos, políticas, sociedades, estudios o tendencias de turno.
La literatura es un arte que emplea a la palabra cómo herramienta; arte y literatura tienen el prejuicio de referirse únicamente a las obras literarias, cuando al tener cómo base a la palabra tiene cabida todo aquello que comunique por vía de los grafos, de lo escrito, que para ello necesita de soportes: llámese a esto libros, revistas, un blog, un correo electrónico, un volante.
¿Es un anuncio en la calle literatura?: Remitiéndonos a la definición y a la concepción si lo es.
¿Es un ensayo, proyectos escritos, cartas, e-mails, cualquier comunicación escrita literatura?: nuevamente sí, pues su base son las letras.

Si bien en la dinámica natural de nuestro trabajo o en la vida diaria, nuestro quehacer es comunicar ideas, pensamientos, proyectos, esto se hace a base de creación: cuando se piensa, se crea; cuando se formula, se crea. El recurso que nos permite manifestar, “palpar” esas creaciones intelectuales es la lengua, la palabra.
Y cómo todo arte, el lenguaje literario esta circunscrito a sus propias normas estéticas, lingüísticas, semánticas, ortográficas, semióticas, no a una concepción simplista de si nos gusta o no, o si se ve bonito o feo.
Y cómo todo arte, la literatura se debe por excelencia a sí misma, no a lo políticamente correcto: Predomina su función y carácter estético por sobre un fenómeno de masas.
Cuando olvidamos que debemos procurar que esa función sea la prioritaria, tenemos casos históricos como el nazismo que priorizó una postura y un discurso político en lo literario, en lo dramático, en los cinematográfico, sacrificando, “utilitarizando”, contaminando, enviciando y denigrando lo estético y sus manifestaciones artísticas a una servidumbre política.

¿Ayudará el “masificar el lenguaje” a reinvindicar equidades e igualdades?: personalmente dudo mucho que la reiteración, repetición y distinción de los artículos masculino y femenino dentro de un discurso haga alguna diferencia, cuando la búsqueda de equidad debe estar orientada más a la equiparidad de ingresos, al reconocimiento del trabajo hogareño a través de un salario, a tener las mismas condiciones de trabajo y oportunidades, educación y perspectivas de crecimiento por paridad. En estas demandas haría mucha más diferencia una política, estrategias y acciones claras de estado orientada a oportunidades, que un discurso presidencial que se haga más eterno que de costumbre al hacer referencia en todo momento a “las ciudadanas y los ciudadanos, los niños y las niñas”. Además de que la cuenta de publicidad del estado disminuiría muchísimo: más ahorro en tiempo discursivo, menos costos de producción y transmisión.

Las letras, cómo parte de las artes, no se someten ni a moralidades ni a soberanías; el peor enemigo en esta disyuntiva de oportunidades es el ser humano mismo.
Y si la cuestión de fondo es una reinvindicación política, de visualizar al sujeto femenino dentro de una política de estado, dejemos el tema a los políticos entonces, y que verdaderamente se haga política de ello: que más que un ejercicio de poder entre un conflicto de intereses, o una práctica de marketing político, o manipulación de voluntades, sean tangibles las acciones del estado en beneficio de la sociedad, y no solo un mero elemento discursivo atrofiado y demagógico.

Es histórico que arte y política nunca han formado una mancuerna exitosa y duradera por perseguir propósitos netamente diferentes y en la mayoría de veces irreconciliables.
Y si sociedades equitativas es a lo que aspiramos, esto necesita más discusiones y acciones sobre el "fondo" y no sobre la "forma". Que al final la forma casi siempre en temas de política es una moda.

CMeyer
El Salvador, 10/02/10

febrero 01, 2010

Dominatrix

Una dominatrix (del latín dominatrix, ‘soberana’ o ‘señora’; plural dominatrices) o señora es una mujer que adopta el papel dominante en prácticas sexuales de bondage, disciplina, dominación y sumisión o sadomasoquismo, que suelen abreviarse como BDSM. Su contrapartida masculina es el maestro. Los sumisos suelen dirigirse a la dominatrix con expresiones tales como «señora», «madame» o «maîtresse». Adviértase que una dominatrix no tiene necesariamente que dominar a un compañero masculino, ya que puede tener también mujeres sumisas. A veces también se emplea el término domme, una variación de la jerga francesa dom (abreviatura de «dominante»).

En realidad la mayoría de las dominatrices no son profesionales, sino dominantes vocacionales. Un dominante vocacional es una persona firme, enérgica y con control sobre sus relaciones, tanto sexuales como sociales. Las dominatrices profesionales no suelen involucrarse en ningún tipo de contacto sexual con sus clientes, algo que podría considerarse prostitución en ciertos lugares.

La imagen estereotípica de la dominatrix es la de una mujer llevando un catsuit de goma o cuero y botas altas con tacones altos o, en una variante más elegante y provocativa, lencería negra, medias y tacones altos, o bien alguna combinación de ambas. Muchas dominatrices profesionales llevan atuendo de este tipo en su trabajo para cumplir con las expectativas de los clientes.