Uno de los objetos sagrados del cristianismo más codiciados a lo largo de la historia ha sido la lanza de Longinos, el arma con la que según los evangelios el centurión romano Cayo Casio perforó el costado de Jesús en el gólgota. Su historia está ligada a la de los supuestos poderes que otorga a quién la tiene en su poder, y que el destino parece haber querido poner en las manos de personajes como Constantino el Grande, Carlomagno o Hitler.
Realmente el tema de las reliquias constituye un capítulo especialmente sangrante de la historia del cristianismo, frente al cual la mejor postura es sin duda la escéptica. Aunque al principio los primeros cristianos no contemplaban el culto a las reliquias, con el siglo IV se vencieron algunos tabúes y todo fue en alza, hasta llegar al gran apogeo de las Cruzadas o al tope que pudo suponer casos como el de Federico el Sabio, quién donó a la iglesia de Witemberg nada menos que las cinco mil reliquias que poseía a principios del siglo XVI. En el medioevo existían talleres en diversas partes del mundo cristiano, especialmente Italia, dedicados exclusivamente a la creación de reliquias, que posteriormente se vendían como auténticas e iban a parar a monasterios, iglesias, palacios…y también a los hogares de miles de creyentes que pagaban por ellas cantidades en muchos casos astronómicas. Y no era para menos, ya que la reliquia estaba impregnada de santidad y por ende de fuerza. Eran considerados auténticos talismanes protectores, además de tener un efecto curativo sobre muchas enfermedades, por no hablar del magnetismo y poder que podían otorgar algunas de ellas a sus poseedores. Por supuesto existía otra poderosa razón para que las reliquias tuvieran mercado: para cualquier comunidad que poseyera abundantes e “importantes” reliquias el mantenimiento estaba garantizado, gracias a las limosnas de los fieles y a los regalos de los más pudientes. Las hubo y las hay de todos los tipos y para todos los gustos. Desde los huesos de los mártires o partes momificadas de los cuerpos de bastantes santos, incluidas sus muelas, pasando por varias cabezas de San Juan Bautista, tierras del Jardín del Edén o del Gólgota, cabellos de la Virgen, gotas de su leche, plumas y huevos del espíritu santo, llegando a toda suerte de objetos vinculados con la figura de Jesús. Ciertamente es mucho lo que de ellas se puede decir, cada una con una historia o leyenda asociada, aliñada con elementos sobrenaturales que dan cuenta del poder que se les atribuía. Hay pues que tomar con la máxima cautela la hipotética autenticidad de cualquier reliquia u objeto sagrado.
No obstante, conviene meternos ya en faena y analizar con cierto detalle una de ellas, cuya presencia a lo largo del tiempo parece haber sido determinante en épocas concretas de la historia. O al menos eso es lo que se nos cuenta de la Lanza de Longinos, o la Santa Lanza. En el Evangélico de San Juan asistimos al episodio en el que un centurión romano atraviesa con su lanza el costado de Jesús, finiquitando la pasión y haciendo posible que la profecía que aludía a que ninguno de sus huesos sería quebrado se cumpliera. La presencia por tanto del guerrero romano en el Gólgota, como instrumento del mismísimo Dios para que todo lo predicho se cumpliera, es crucial a todas luces, de ahí que la iglesia lo santificara como San Longinos. Pero como comprobaremos sí analizamos paralelamente la historia y simbología de otro objeto sagrado como es el Grial, la historia de Cayo Casio no puede ser narrada de forma tan sencilla, dado su importante trasfondo simbólico en el que su forma fálica es complementaria del uterino recipiente griálico. Al igual que el Grial tallado de la esmeralda caída de la frente de Lucifer, la Santa Lanza tiene asociada una historia previa a Jesús que ya la convertían en especial, al haber sido forjada por el profeta Fileas y pasar por las manos de algunos antiguos patriarcas cristianos antes de acabar en los evangelios. En todo caso la versión “oficial” nos cuenta como la sangre y agua que manaron del costado de Jesús curaron la casi ceguera que padecía Longinos, mientras que la Santa Lanza fue recogida y puesta a salvo por José de Arimatea junto a otros objetos personales de Jesús, llegando a manos de San Mauricio, comandante de la Legión de Tebas martirizado junto a sus seis mil hombres por Maximiliano. De aquí pasaría a las de Constantino, dándole supuestamente la victoria en la batalla de Puente Milvio contra Magencio, en las afueras de Roma.
Tal y como explica Jesús Callejo, actualmente existe cuatro lanzas santas censadas, la más famosa de las cuales se conserva en el Vaticano. “La segunda lanza está en París, adonde fue llevada por San Luis en el siglo XIII, cuando regresó de la última cruzada de Palestina. La tercera es la que se custodia en el museo del palacio Hofburg, en Viena (Austria), también llamada Casa del Tesoro, y es la que posee una genealogía más fascinante, porque fue la que encandiló a Constantino el Grande, a Carlomagno, a Federico Barbarroja y a Hitler. La cuarta lanza en litigio se conserva en Cracovia (Polonia), pero tan sólo es una copia de la vienesa que Otón III regaló a Boleslav el Bravo”, explica Callejo. La tercera es a todas luces la más interesante y sin duda también la más antigua, ya que como apunta Galán Eslava se trata probablemente de “un puñal prehistórico, de la Edad de Hierro, que alcanza 30 cm de longitud. Está partida en dos pedazos que se unen por medio de una funda de plata. En el siglo XIII se le añadió un clavo, pretendidamente uno de los que sujetaron a Cristo en la cruz, en el fragmento correspondiente a la punta, aprovechando el canalillo central. El clavo está sujeto a la lanza con hilos de oro, plata y cobre. En el trozo del mango se observan dos diminutas cruces de oro. La reliquia de guarda en un antiguo estuche de cuero forrado interiormente de terciopelo rojo.” Al parecer esta lanza que había estado en manos de Constantino reapareció varios siglos después, en poder de personajes como Alarico el Valiente (410 d.C.), el visigodo Teodorico (452 d.C.) o Justiniano, quienes la usaron de muy diversa manera, para ir a parar a las manos de Carlos Martel durante la batalla de Poitiers en el siglo VIII, en la que derrotó a los árabes (732 d.C.). Pasaría menos de un siglo después a las de Carlomagno, logrando este cerca de medio centenar de victorias. De las suyas pasó como talismán a las de Enrique I el Pajarero, fundador de la Casa de Sajonia “y vencedor de los polacos. De los Sajonia se transmitiría a los Hohenstauffen de Suabia, uno de cuyos miembros, Federico Barbarroja, conquistó Italia”, explica Eslava. Finalmente la historia de la Heilige lance se torna aún más apasionante si cabe cuando irrumpe en el siglo XX y termina en manos de un esotérico Adolf Hitler. La historia se la debemos al periodista y ex militar Trevor Ravenscroft, y éste al matemático y ocultista Walter Johannes Stein, quién interesado en el estudio del Grial y la Lanza aseguró haber conocido a Hitler antes de la Primera Guerra Mundial. “Y como consecuencia directa de estas investigaciones conoció a Hitler, quien en aquellos tiempos no era más que un don nadie que vivía en una pensión de ínfima categoría en Viena. Porque durante los cuatro años anteriores al estallido de la primera guerra mundial, también él había descubierto la leyenda del destino histórico del mundo asociada a la Lanza que se encontraba en la Casa del Tesoro Habsburgo, y también en aquellos días él tenía unos veinte años y soñaba con el día en que la reclamaría como talismán de la conquista del mundo”, escribía Ravenscroft. El joven Hitler se empapó de toda la historia de la lanza pasando largas horas frente a ella, en el museo de Viena. Tras su primer encuentro con ella supo “de inmediato que aquel era un momento importante de mi vida. Y sin embargo, no podía adivinar por qué un símbolo cristiano me causaba semejante impresión. Me quedé muy quieto durante unos minutos contemplando la Lanza y me olvidé del lugar en el que me encontraba. Parecía poseer cierto significado oculto que se me escapaba, un significado que de algún modo ya conocía, pero que no podía reconocer conscientemente…” Descubrió que su posesión iba asociada a un poder que parecía procedente del mismo cielo, de ahí que cuando Austria fue incorporada al III Reich, Hitler ordenara trasladar desde Viena a Nuremberg el tesoro de los Habsburgo. Ocurrió en marzo de 1938, quedando expuesta en la cripta de Santa Catalina, escenario de las actividades de los Maestros Cantores de la Edad Media y que Hitler supo por revelación que debía acoger el objeto, finalmente bajo la custodia de oficiales de la SS y con un acceso muy restringido. Tal y como explica Ravenscroft, “El descubrimiento más importante que hizo el joven Hitler mientras estudiaba la historia de la Lanza del Destino no estaba relacionado ni con los emperadores ni con sus dinastías de poder. Descubrió que la Lanza había sido la inspiración para la fundación de los caballeros teutones, cuyas acciones caballerescas y valientes y cuyos votos irreversibles y disciplina ascética habían constituido la esencia misma de sus sueños infantiles”. Y allí permaneció durante varios años “favoreciendo” al mandatario nacionalsocialista en su dantesca carrera militar, hasta que al finalizar la guerra y tras un intento fallido de traslado, la lanza es recuperada por los Aliados. Finalmente estos, a pesar de la fascinación que al parecer sintió por ella el general Patton, la devolvieron a sus legítimos propietarios regresando con el resto del tesoro a las vitrinas del museo vienés de Hofbrug.
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