Como en otros muchos casos, no se sabe bien si fueron las condiciones innatas las que le llevaron a la cumbre o si la búsqueda de la cumbre cambió las condiciones que la naturaleza le había brindado: Paganini tenía unos dedos extremadamente largos, se dice que sus manos medían cuarenta y cinco centímetros. Evidentemente, esto ayuda a la hora de tocar el violín y de llevar dicha habilidad a niveles de complejidad altísimos. Lo que ya no está claro es si estos larguísimos dedos se debían al Síndrome de Marfan, que se caracteriza precisamente por una longitud inusual de los miembros del cuerpo. O si lo que padecía nuestro músico era aracnodactilia, una enfermedad genética que provoca que los dedos sean muy largos y algo curvos. Esto sería si creemos en que las condiciones naturales, junto con muchas horas de trabajo, convergieron en Paganini para guiarlo al éxito.
Si, en cambio, nos inclinamos porque las cosas ocurrieron en el sentido contrario, es decir, que las muchas horas de trabajo causaron cambios en la morfología de Paganini, que ayudaron a su dura entrega para mejorar y mejorar, tenemos otra explicación. Precisamente la creencia más extendida es esta última, en la que las largas horas de práctica al violín desde muy joven (tocaba la mandolina con 5 años, el violín con 7 y con 13 ya hacía giras) fueron alargando sus dedos.
Nos queda una última opción, de la que también se habló en su tiempo, y que realmente es la más atractiva y menos realista: un pacto con el diablo. Según esto, Niccoló Paganini habría vendido su alma al diablo a cambio de una técnica y un virtuosismo al violín nunca visto.
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