septiembre 08, 2008

Muertes ridículas

La verdad es que hablar de muertes tontas o ridículas es imprudente, porque las muertes siempre son trágicas; aunque gracias al tiempo y a la distancia, podemos hasta reirnos de algunas muertes, o al menos, sorprendernos.

El dramaturgo Tennessee Williams, cuyo nombre real era Thomas Lanier Williams III, murió sólo en la habitación de un hotel. Al parecer se atragantó con la tapadera de un bote de pastillas, cuando, seguramente, pretendía abrir dicho bote con la boca. Un accidente lamentable, sin duda.

El creador de la primera agencia de detectives del mundo, Allan Pinkerton, murió en 1884 después de resbalar. ¿Un mal golpe en la caída? No amigos, demasiado sencillo para el señor Pinkerton. Se mordió la lengua en el resbalón. ¿Se la seccionó y se atragantó hasta la muerte? No, esa muerte no sería digna de un detective privado. La herida del mordisco acabó infectándose y le provocó la muerte finalmente.

Pero no siempre se trata de un caso de mala suerte o de un terrible accidente. Hay algunos casos en los que si bien es excesivo desearle la muerte al personaje, no podemos menos que llamarle tonto. Por ejemplo, el cocinero Vatel se encontraba preparando una cena para Luis XIV y otras 2.000 personas cuando se presentó ante él un momento lamentable, que además sería su momento postrero: ¡El marisco llegó tarde! Y claro, cualquier cocinero que se precie, frente a este imprevisto, debe atravesarse con una espada, tal y como hizo el gran Vatel. Admirable.

Alejandro I de Grecia, murió a la joven edad de 27 años como consecuencia de un mordisco que le propinó un mono. ¿Mala suerte? Sí, también. Pero el mono vivía en los jardines de su palacio, por lo que parece que el griego puso algo de su parte.

Y por último, el récord de la mala suerte, aunque algunos verán la mano del destino en la muerte de Esquilo, un dramaturgo griego. Siendo aún joven, una tortuga fue la causa de su muerte. ¿Cómo? Golpeándole en la cabeza. Sí amigos, este hombre murió porque una tortuga le golpeó en la cabeza. Eso sí, el pájaro que la llevaba en su garras y la dejó caer tuvo casi más culpa que la propia tortuga. Pero en cualquier caso, Esquilo murió por el golpe de la tortuga.

Quizás estaría bien recordar las últimas frases de algunos personajes:
"Es todo tan aburrido" - Winston Churchill.
"Muero como he vivido, por encima de mis posibilidades" - Oscar Wilde.
"Ya he cumplido mi misión aquí" - Albert Einstein.
"¡Qué artista muere comigo!" - Nerón.
“Quíteme esta almohada. Ya no la necesito” - Lewis Carroll.
"Nunca debí cambiarme del scotch a los martinis" - Humphrey Bogart.
"No le dará ningún trabajo: tengo el cuello muy fino” - Ana Bolena.
“Yo soy el conde Drácula, el rey de los vampiros, soy inmortal” - Bela Lugosi.

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