El hundimiento en 1912 del trasatlántico más grande jamás construido por el hombre ha sido considerado como una de las catástrofes que, sin lugar a dudas, marcó a la sociedad del siglo XX. Sin embargo, son generalmente desconocidas la serie de extrañas circunstancias que rodearon una tragedia sin precedentes. La acumulación de misteriosas coincidencias, el insólito comportamiento de algunos pasajeros y lo absurdo de su hundimiento, han servido para rodear la leyenda del Titanic de una aureola de misterio, que aún lo envuelve.
Tras años de dura competencia, la compañía naviera White Star Line lograba colocarse por delante de su directa rival, la Cunard, contando en su flota con los barcos más modernos del mundo, que aunaban lujo, vanguardia, tecnología y seguridad. La obsesión de su dueño, el financiero multimillonario J. P. Morgan, por fin se hacía realidad: cubrir la travesía Southampton-Nueva York en siete días. Para ello disponía de tres maravillas flotantes: el Olimpic, el Britania y el Titanic.Al igual que sus hermanos, este último fue construido en los astilleros de Belfast, en las costas irlandesas. Era el barco más grande del mundo, concebido para atravesar las vastas planicies oceánicas con el máximo confort, y sólo apto para las clases pudientes de la época, que pagaron enormes sumas de dinero por viajar en aquel buque supuestamente insumergible.
El 10 de abril de 1912, el Titanic zarpaba de los muelles de Southampton con 2,227 pasajeros a bordo, ante la admiración de una muchedumbre de curiosos que contemplaban atónitos como aquella mole de acero se alejaba majestuosamente del puerto. Al poco de partir, la tragedia daría su primer aviso: un barco sin rumbo aparente estuvo a punto de colisionar con el Titanic. Un pequeño sobresalto que enseguida fue olvidado, pues se estaba a bordo de un coloso insumergible.
El veterano capitán Edward Smith estaba eufórico. Sobre él había recaído el privilegio de realizar su última travesía comandando el buque más grandioso del planeta. Era el premio a sus veinticinco años de servicio en la White Star sin sufrir percance alguno. Nada hacía presagiar que aquel viaje fuera a enturbiar tan magnífica trayectoria profesional. Además, por si su experiencia no constituía de por sí suficiente garantía, contaba con una tripulación de jóvenes y capacitados oficiales, entre los que destacaba por méritos propios el primer oficial William M. Murdoch, un eficiente marino de tan solo 27 años, al que el destino había reservado el papel de fatídico protagonista en la trágica historia.
Llevaban cinco días de apacible viaje. Entre los incidentes apenas dignos de mención figuraba la incomprensible desaparición de los prismáticos que alguien sustrajo de la cruceta de vigilancia, para desesperación del joven Reginald Lee. Por su parte, John George Phillips, el radiotelegrafista, atendía con evidente desgana los avisos de peligro que con frecuencia enviaban los barcos que navegaban por la zona; a pocas millas de donde se encontraban se había detectado un inmenso banco de hielo del que se desprendían numerosos icebergs, algunos de los cuales se hallaba en la ruta que estaba siguiendo el Titanic. Tal vez por un exceso de confianza en la resistencia del buque, la tripulación hizo caso omiso de tales mensajes, manteniendo el rumbo sin reducir la velocidad, entre los 22 y 24 nudos. Y así siguieron, pese a la persistencia de los inquietantes comunicados. El último de ellos lo envió el California y Phillips, harto de tanta insistencia, contestó desairadamente: "Calla, calla. Tengo mucho trabajo". Como una confirmación de que los telegramas enviados eran innecesariamente alarmistas, el cielo se despejó con la llegada de la noche y una cantidad de estrellas llenó de reflejos la superficie del agua, insólitamente tranquila.
Poco antes de medianoche, la sombra de una inmensa masa de hielo interrumpió la rutinaria guardia de los vigías. Cuando fue visto, el iceberg se dirigía irremisiblemente contra la proa de la nave y ya se encontraba a poco más de 500 metros. Era demasiado tarde. En el puente de mando, ante la ausencia del capitán Smith, el primer oficial Murdoch ordenó parar las máquinas e iniciar la maniobra de retroceso, una decisión sospechosamente descabellada para un barco de semejante tonelaje. El impacto no se hizo esperar y con un fuerte fragor de metal desgarrado, el iceberg abrió una brecha en el casco del Titanic, permitiendo la entrada de 450 toneladas de agua por minuto. Murdoch, consciente de la tragedia que había desencadenado, se quitó la vida con un tiro en la sien. Cuando el capitán Smith fue informado de la gravedad de la situación ordenó inmediatamente enviar el mensaje de socorro C.Q.D. a los barcos que se encontraban cercanos al lugar. Al no obtener respuesta alguna, el segundo telegrafista, Harold Bride, decidió poner en práctica la nueva señal S.O.S. (Save Our Souls, "salvad nuestras almas") para ver si por fin hallaban respuesta a su dramática petición de ayuda. Fue la primera vez en la historia naviera que se empleó esta llamada de socorro, y también la última para el Titanic. los buques que captaron el S.O.S. se desplazaron al punto exacto desde el que éste fue emitido, mientras que el Titanic, al seguir su recorrido, se encontraba ya a 25 kilómetros de allí.El constructor del barco, Thomas Andrews, avisó raudamente al capitán de la terrible situación; el daño era irreparable y el barco se iba a pique. El viejo lobo de mar, sorprendido y confuso, sólo pudo decir: "Pero si no puede hundirse, si es insumergible".Los veinte botes de salvamento fueron arriados, pero la mayoría partieron prácticamente vacíos. Los pasajeros consideraron permanecer a bordo de una nave seriamente dañada, pero al fin y al cabo "insumergible", que embarcarse en los frágiles salvavidas. El Titanic se hundió completamente a las dos horas y cuarenta minutos de haber colisionado con el bloque de hielo, a 600 millas de Terranova, llevando consigo las vidas de 1,622 personas que se precipitaron a las frías profundidades del océano.
En los últimos instantes el destino quiso ser benévolo y la quilla del barco, que hasta ese momento permanecía completamente vertical al agua, realizó un giro de 180°, evitando así que los supervivientes, en los botes de salvamento, contemplaran el dantesco espectáculo que se avecinaba. Cientos de desgraciados permanecían en la parte más salientes del Titanic a la espera de ser precipitados a las profundas fosas abísmales. Con su horrible muerte se consumó una maldición que ha dejado multitud de preguntas sin respuesta; un misterio que permanece vivo, a casi 4,000 metros de profundidad.
Pese a todo, el Carpathia, curiosamente el buque insignia de la compañía rival, la Cunard, localizó la situación del accidentado y acudió a socorrerle. Demasiado tarde para muchos, entre ellos los músicos del Titanic, que hasta el momento en que se inició el viaje habían actuado como la mejor banda de todas las rutas oceánicas bajo la batuta de Henry Hartley, precisamente en el citado Carpathia. Ninguno pudo ser salvado por su antigua embarcación.
El estibador de carga y descarga Frank Pretit declaró, en el juicio que siguió al hundimiento, que él había estado cargando material dinerario, gran cantidad de lingotes de oro y plata, en los amplios departamentos estancos del Titanic. El Banco de Inglaterra selló por espacio de cien años los registros de dichos transportes reconvertibles en valor de cambio, caso del oro y la plata. Por consiguiente, hasta el año 2010 no se sabrá la naturaleza del cargamento. La hipótesis que circuló con más fuerza en torno a este asunto, era que tal cantidad de metales preciosos correspondían al pago de armamento que Inglaterra hacía a los Estados Unidos de América.
Los medios de comunicación de todo el mundo se hicieron eco de la sensacional noticia: el barco más grande jamás construido, el insumergible Titanic, yacía a casi cuatro mil metros de profundidad.
Muchos son los enigmas que rodean este desastre. Podría decirse que estuvo marcado por el infortunio incluso antes de ser construido, como si su nombre aparejase una maldición presentida por muchos, en algún caso con una precisión pasmosa.
1. Presentimientos y advertencias
El afamado periodista William Thomas Stead fue uno de los que previó el naufragio del Titanic con meridiana claridad. De hecho, en uno de sus escritos de 1892, veinte años antes del suceso, describió la colisión de un gran buque con un témpano de hielo. En la desesperación del hundimiento, los tripulantes del mismo fueron socorridos por el Majestic, un barco que realmente existía por aquellos días, y que surcaba los mares capitaneado, por aquellas casualidades de la vida, por Edward Smith, el primer y último capitán del Titanic. Stead falleció en el hundimiento del Titanic. Su intuición no pareció evitar que su nombre apareciese en la lista de finados.
Aunque algunas de las cancelaciones de billetes son explicables por diversas causas, el factor premonitor no conviene ser desechado en otras. Llevados por un impulso irracional, varios pasajeros anularon su reserva pocos días antes de la partida; otros se negaron a embarcar en el último momento, pese a lo costoso de los pasajes. Resulta increíble, por ejemplo, que el propio dueño de la naviera White Star, J. P. Morgan, que acostumbraba a viajar en todas y cada una de las travesías inaugurales de sus barcos, se negara rotundamente y sin razón aparente a embarcar en el primer trayecto del mejor barco del momento.
Otro caso que no deja de ser inquietante es el de lord Gird, el máximo mandatario de la Harland & Wolff, empresa constructora de grandes buques de cuyos astilleros en Belfast había salido el Titanic. Al igual que Morgan, también se negó a partir en la mayor obra de su vida profesional, cuando usualmente solía hacerlo en los botes que construía.
Pero quizás el suceso más llamativo lo protagonizó el acaudalado matrimonio Wanderbrigth. El mayordomo y el ama de llaves que les acompañaban habían llegado antes a los camarotes de primera clase con el propósito de acondicionar el elevado número de maletas y baúles que sus señores portaban. Sin embargo, diez minutos antes de que el barco zarpara decidieron renunciar a sus billetes, abandonando equipaje y sirvientes sin dar explicación alguna ni avisar a estos últimos de la incomprensible decisión que habían tomado, de forma tan inesperada como emocionalmente imperiosa.
2. El libro
Aunque algunas de las cancelaciones de billetes son explicables por diversas causas, el factor premonitor no conviene ser desechado en otras. Llevados por un impulso irracional, varios pasajeros anularon su reserva pocos días antes de la partida; otros se negaron a embarcar en el último momento, pese a lo costoso de los pasajes. Resulta increíble, por ejemplo, que el propio dueño de la naviera White Star, J. P. Morgan, que acostumbraba a viajar en todas y cada una de las travesías inaugurales de sus barcos, se negara rotundamente y sin razón aparente a embarcar en el primer trayecto del mejor barco del momento.
Otro caso que no deja de ser inquietante es el de lord Gird, el máximo mandatario de la Harland & Wolff, empresa constructora de grandes buques de cuyos astilleros en Belfast había salido el Titanic. Al igual que Morgan, también se negó a partir en la mayor obra de su vida profesional, cuando usualmente solía hacerlo en los botes que construía.
Pero quizás el suceso más llamativo lo protagonizó el acaudalado matrimonio Wanderbrigth. El mayordomo y el ama de llaves que les acompañaban habían llegado antes a los camarotes de primera clase con el propósito de acondicionar el elevado número de maletas y baúles que sus señores portaban. Sin embargo, diez minutos antes de que el barco zarpara decidieron renunciar a sus billetes, abandonando equipaje y sirvientes sin dar explicación alguna ni avisar a estos últimos de la incomprensible decisión que habían tomado, de forma tan inesperada como emocionalmente imperiosa.
2. El libro
Morgan Robertson escribió en 1898 la novela trágica Futility, relatando la fatídica historia del Titán, un transatlántico majestuoso que se hunde en el Atlántico el mismo día de su inauguración: una noche de abril. El apellido del capitán: Smith. En el libro se relataba la epopeya que debían sufrir los pasajeros del navío cuando éste, pensado imposible de hundir, choca contra un iceberg provocándole una gran abertura en uno de sus costados. Posteriormente, según el libro, gran cantidad de los pasajeros mueren a causa de la escasez de botes salvavidas. Ya publicada la novela, aquel mismo año 1898, Robertson vendió los derechos por la irrisoria suma de 100 dólares.
Catorce años después, el Titanic naufragó en idénticas circunstancias a las escritas por Robertson, cuyo ficticio buque poseía numerosas características parecidas a las del Titanic: tenían aproximadamente el mismo tonelaje. El número de hélices que llevaba cada barco coincidía: tres en total. El Titanic desplazaba 66,000 toneladas frente a las 70,000 del Titán. El primero medía 882 pies, mientras que el protagonista de la novela 800. La diferencia entre el número de pasajeros también resultaba inapreciable: 2,227 en el Titanic y 2,177 en el Titán. La eslora del barco de la novela era de 243 metros; algo inferior a la real del Titanic que era de 268 metros (solo 25 metros de diferencia). Pero las coincidencias no finalizaban aquí. La velocidad de crucero de ambos era de 24-25 nudos. En su viaje inaugural, el Titán también zarpaba de Southamptom, un día del mes de abril y se hundía a 400 millas de Terranova (200 millas menos que el auténtico) a los cinco días, tras colisionar con un iceberg, tal y como le ocurriera al Titanic. Para finalizar con este misterioso cúmulo de coincidencias, el número de supervivientes variaba en tan sólo cien personas.
Catorce años después, el Titanic naufragó en idénticas circunstancias a las escritas por Robertson, cuyo ficticio buque poseía numerosas características parecidas a las del Titanic: tenían aproximadamente el mismo tonelaje. El número de hélices que llevaba cada barco coincidía: tres en total. El Titanic desplazaba 66,000 toneladas frente a las 70,000 del Titán. El primero medía 882 pies, mientras que el protagonista de la novela 800. La diferencia entre el número de pasajeros también resultaba inapreciable: 2,227 en el Titanic y 2,177 en el Titán. La eslora del barco de la novela era de 243 metros; algo inferior a la real del Titanic que era de 268 metros (solo 25 metros de diferencia). Pero las coincidencias no finalizaban aquí. La velocidad de crucero de ambos era de 24-25 nudos. En su viaje inaugural, el Titán también zarpaba de Southamptom, un día del mes de abril y se hundía a 400 millas de Terranova (200 millas menos que el auténtico) a los cinco días, tras colisionar con un iceberg, tal y como le ocurriera al Titanic. Para finalizar con este misterioso cúmulo de coincidencias, el número de supervivientes variaba en tan sólo cien personas.
3. Otros sucesos posteriores
En 1935, William Reeves -quien nació el mismo día que desapareció el Titanic- hacía guardia en el barco Titanian. Atacado por un presentimiento, ordenó detener el barco cuando llegaron al mismo lugar donde se habían hundido los otros dos; gracias a ello no fueron arrollados por un iceberg.
4 comentarios:
Tenia 8 años cuando lei por primera vez del Titanic. Dicen mis papas que me impresiono tanto lo que lei que por un mes pasa hablandoles de ello, pese a que ellos habian leido lo mismo que yo.
Cuando salio la pelicula, fui de los primeros en ir a verlas, y muchas cosas que salieron alli, me eran conocidas, porque con el tiempo, he leido bastante de ello, aunque no tenga ningun libro de los muchos que he visto y he leido sobre la catastrofe.
Internet ha supuesto una nueva fuente de informacion, y no se si me creeras que he visto paginas y paginas del manifiesto del barco original y por primera ves disponible al publico por internet este año.
No entiendo porque esa fascinacion por ese hecho historico, lo cierto, es que leyendo la nota y haciendo este comentario me doy cuenta que soy un fanatico. :)
Saludos
Eso del libro con el hundimiento del barco es impresionante, yo lei esta historia en un libro que vos me regalaste cuando cumpli 15 años (vos tenias 14), te acordas? me dejo una semana sin dormir jejeje, ya tenias dentro de vos la vena del misterio, pero bueno gracias por detallar la historia, muy bueno el articulo.
bueno soi una fanatica del TITANIC. la verdada no se por que lo soy. pero yo deceo aver estado hay y no morir. es una historia muy trizte y minsteriosa. todo lo que salio en la pelicula no fue lo unico que ocurrio. ocurrio mucho mas, pero aun no sabemos que verdaderamente ocurrio.la novela EL TITAN predestino lo que ocurriria con el TITANIC. el TITAN fue una novela escrita a~os antes del TITANIC. en esa novela hay demaciadas coincidencias con EL TITANIC. el caso es: que por que construyeron el TITANIC y paso lo mismo... sera que no hicieron caso? por que? estas son mis preguntas. soy cinthia maldonado y tengo 13 a~os de edad. saludos!
ahí errores en la información por ejemplo la llamada de S.O.S pese a que la del Titanic la hizo más famosa,no fueron los primeros en emitirla,y aun así tardo muchos años en remplazar la CQD (la utilizada anteriormente),el capitán no estaba loco respecto a atravesar así los icebergs,esto tiene varias contradicciones,según los informes del juicio Smith había pedido permiso para reducir la velocidad al entrar a los bancos de hielo pero le fue denegado por que el vicepresidente de la compañía quería que en el primer viaje del Titanic hubieran buenos tiempos,y aunado a esto en aquellos tiempos la política para cruzar los bancos de hielo era a toda marcha (como cruzar un campo de minas corriendo) entonces el capitán ciertamente acato los protocolos,y respecto a que bajo los barcos y shalal no puede ser posible ya que cuando paso lo del iceberg se paro el barco totalmente y una de las ideas de Smith era subir a unos pasajeros llevarlos a otro barco y volver por los demás en 2 viajes (cosa que pudo resultar de no ser por la negligencia del ss california)
Publicar un comentario