Nacidos en una acomodada familia de Harlem a finales del siglo 19, cuando este barrio aun era exclusivo, fueron a la universidad y se graduaron con altos honores, convirtiéndose Homer en un ingeniero (aunque prefería ser inventor y pasaba todo su tiempo libre construyendo raros aparatos), y Langley en un abogado. No obstante, tras el paso de la Primer Guerra Mundial y la urbanización de New York, el Harlem se fue empobreciendo y los crímenes y delitos comenzaron a subir a medida que las familias acomodadas comenzaban a dejar la zona. Tras la muerte de su madre ambos hermanos quedaron desolados y decidieron no abandonar su casa familiar bajo ningún motivo.
Su temor a los cambios sociales en la zona los llevó a volverse extremadamente reclusivos, al punto de construir todo tipo de trampas y aparatos en el edificio. Al no pagar los impuestos quedaron desprovistos de luz, gas y agua. Sin embargo, improvisaron con un motor de auto conectado a varias baterías para proveerse de energía y cavaron un profundo túnel para obtener gas y agua de las tuberías del edificio. Por las noches Langley salía a recolectar todo tipo de cosas de la calle y a buscar comida. Cuando su hermano Homer comenzó a perder la visión, Langley decidió que éste se curaría gracias al ingerir 100 naranjas a la semana y, previniendo el momento en que recuperara su visión, comenzó a juntar una cantidad monumental de periódicos para que se pusiera al día con las noticias llegado el momento.
Tanto encierro llevó a que los vecinos creyeran que éstos vivían cuidando una gran fortuna, razón por las que varias veces intentaron invadir su departamento solo para encontrarse con un sin fin de trampas y bizarros mecanismos anti-invasores construidos por Homer.
Pasados los años, tras no tener noticias de los ancianos por varios días, la policía decidió entrar a su domicilio el 8 de abril de 1947. Para su asombro encontraron a Homer muerto en el piso. Sin embargo no había señales de Langley. Llamaron a sanidad pública para sacar la basura: entre los ítems dispersos encontraron, entre otras cosas, desde una máquina de rayos-x, varios pianos, un gigantesco órgano de iglesia, esqueletos de caballos y vacas, órganos humanos y animales conservados en jarrones de cloroformo, cientos de miles de libros y periódicos, cientos de litros de kerosén, material quirúrgico, partes de autos, cientos de herramientas y material eléctrico y, ante la mirada atónita de los removedores, un arsenal de armas que iba desde ametralladoras de alto calibre, balas de tanque y hasta lanza granadas; “suficiente armamento como para iniciar una pequeña guerra” según las palabras del comisionado de policía.
Al cabo de cuatro semanas de remoción de basura, el cadáver de Langley fue encontrado enterrado en una pila de periódicos. Tras la investigación se descubrió que éste, sin querer, había accionado una de las trampas siendo aprisionado por miles de periódicos y libros. Su hermano, ya ciego y casi paralizado, murió de inanición. Si bien nunca se supo de donde obtuvieron los órganos humanos que coleccionaban, la cantidad de material quirúrgico en su departamento trajo macabras sospechas a la policía. Al día de hoy continua siendo un misterio.
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