Si bien realmente existió un alquimista llamado Nicolás Flamel (su casa hoy en día es un restaurante parisino y parte de su laboratorio es conservado), cuenta la historia que una fría noche, mientras Nicolás buscaba información sobre piedras, un extraño hombre, el cual se presenta a si mismo como Abraham el Judío, se le acerca y tras una breve charla le regala un curioso libro. El libro estaba cargado de escrituras cabalistas y mitología griega, algo que llamó inmediatamente la atención de Flamel. Tras recibir el obsequio se pondría la meta de descifrar sus secretos, tarea que consumiría toda su vida. Como era tal el caudal de información y misterios que la obra contenía, Nicolás se encuentra en la necesidad de consultar a varios sabios, por lo que comienza a recorrer el mundo. Viajando a España, en tierras andaluzas se entrevista con varias autoridades religiosas y lentamente va creando manuscritos explicando el libro. Un día, gracias a la fortuna, logra encontrar al Maestro Canches, un hombre de inmensa sabiduría y quien sería su llave para develar el misterio. Tras muchas charlas deciden viajar hacia París, con el desgraciado resultado de la muerte de Canches por una enfermedad durante el viaje. Tal acontecimiento no frenaría el deseo de Nicolás y éste, muy empeñado, lograría tras varios años descifrar los misterios del tomo y conseguir la deseada Piedra.
Una vez con la piedra en su poder Flamel se volvió extremadamente rico y comenzó, como un Bill Gates de antaño, a aburrirse del dinero y a regalarlo. Decenas de hospitales, librerías y escuelas fueron construidas bajo su padrinazgo -y curiosamente algunos edificios aun conservan escrituras con su nombre-. De todas formas el tiempo iría predando su salud y la vejez prontamente llegaría a efectuarle una última llamada. A su muerte, su entierro fue llevado a cabo de la manera exacta que Nicolás había exigido, incluso fue utilizada una extraña lápida cargada de simbologías y runas -que hoy se encuentra expuesta en el Museo de Cluny-. Pasado un tiempo de su muerte ya todo el mundo se había olvidado del extraño personaje, pero, como no queriendo irse, Flamel sorprendería al mundo incluso una vez más. Unos meses después de su entierro, por cuestiones legales debe abrirse su tumba ante la rigurosa mirada de abogados y hombres de ley. Lo que éstos hombres ni el pueblo entero podían haber imaginado es que al abrir la tumba esta se encontrara vacía sin ningún resto humano y sin ninguna señal de forzamiento o rotura. Es así como queda el destino del viejo alquimista en el más oscuro y absoluto de los misterios.
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