El tenedor llega a Europa de la mano de Teodora quien no sólo era una chica muy escandalosa sino que además era la hija del Emperador Bizantino Constantino Ducas. Su padre, buscando expandir su poder, decide casarla con el Dux de la todopoderosa República de Venecia, Domenico Selva. Entre las tantas pertenencias que Teodora lleva a su nuevo hogar sería un extraño utensilio de mesa con forma de bidente el que logra cautivar la atención de todo el público. El tenedor comienza a extenderse lenta y limitadamente por Venecia. Esta lentitud fue debido a que en un principio el rechazo era general, de hecho, varios nobles como Catalina de Bulgaria y Carlos V de Francia intentaron importarlo en sus países pero no consiguieron éxito alguno. Al presentar el utensilio sólo se encontraban con las miradas de desapruebo de sus comensales, quienes preferían seguir comiendo a la vieja usanza y evitar lastimar sus labios y bocas con tan monstruosa maquinación. Y es que de hecho los primeros tenedores además de sólo contar con dos dientes, eran tan afilados y puntiagudos que al más pequeño desliz se pasaría un muy mal momento. Si bien rechazado por la nobleza en un principio, el tenedor encontraría un nuevo público adepto entre las masas populares, quienes generalmente no deseaban desafilar sus dagas sosteniendo comida constantemente con éstas.
Hoy en día sabemos que ya para el año 1423, gracias al trabajo de Marques de Villena y su tratado Arte Cisoria, a los nobles no les queda otra que adoptar la costumbre que ya se había difundido por el mundo entero. De todas maneras, el tenedor continuaría siendo una rareza y no sería hasta el siglo XVIII y en algunos casos hasta el XIX que las primeras fábricas nacionales de tenedores abrirían sus puertas en Europa.
1 comentario:
Pues qué valor el del pueblo al sustituir sus inofensivas dagas con un objeto tan peligroso como ese tenedor de antaño.
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