Para el experimento Kellogg utilizaría una chimpacé recién nacida, Gua, y a su propio hijo de 10 meses, Donald. El experimento tenía como objetivo discernir cuándo precisamente se creaba esa brecha que, racionalmente, separaba al humano del animal. Gua sería tratada y cuidada de la misma manera que Donald, y ambos formarían una relación similar a la encontrada en hermanos de la misma edad. Sin embargo ocurriría algo que Kellogg no imaginó: Gua comenzaría a aprender más rápidamente que su hijo, dejando de mojar los pañales y comenzando a comer utilizando cucharas antes que Donald. Al mismo tiempo, y ocurriendo exactamente lo inverso a lo que esperaba Kellogg, no sería Gua la que se “humanizaría” sino que sería Donald quien comenzó a desarrollar las conductas de un chimpancé: desde emitir ladridos hasta probar todo con la boca imitando el patrón característico de estos simios. Asímismo, su dominio del lenguaje se vería seriamente aletargado.
Si bien Kellogg terminó por separarlos, Donald reportaría que varios de los modismos y conductas aprendidos de Gua quedaron patentes durante toda su vida.
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