noviembre 06, 2007

Los canes o el sinónimo de fidelidad

Es famosa la lealtad de los perros hacia sus amos. Estas son las historias de dos perros fieles, los cuales no permitieron que ni siquiera la muerte los alejase de sus dueños.

1. BOBBY GRAYFIARS
Bobby era el terrier de un policía de la ciudad de Edimburgo llamado John Gray. Ambos estaban siempre juntos, y era famosa en la zona la cantidad de trucos que Bobby sabía realizar. Desafortunadamente, un 15 de febrero de 1858, Gray muere de tuberculosis. Durante el funeral, Bobby permaneció presente y siguió el cortejo fúnebre hasta el cementerio de Greyfriars Kirkyard, lugar donde descansarían los restos de John, y donde además, en un acto de fidelidad extrema, Bobby pasaría el resto de los 14 años que le quedaban de vida montando guardia sobre la tumba de su fallecido amo. En un principio se pensó que Bobby permanecería solamente unos días sobre la tumba, y que luego el hambre o el aburrimiento lo alejarían. No obstante, comenzarían a pasar los años e incluso los crudos inviernos de Escocia y Bobby permaneció fiel en su guardia. Solo se retiraba de vez en cuando para beber y conseguir comida, o cuando la nieve le impedía permanecer en el lugar. Con los años, Bobby se fue transformando en una leyenda local y personas que admiraban su fidelidad comenzaron a alimentarlo y a suministrarle un refugio en el invierno. A tal punto creció esta fama que en 1867 el mismo Lord Provost de Edimburgo, Sir William Chambers, intervendría personalmente para salvar a Bobby de la perrera y además, para evitar futuros accidentes de este tipo, declararía al fiel can como propiedad del Consejo de la Ciudad. Bobby moriría sobre la tumba de su amo en 1872, y al no poder ser enterrado en el cementerio, la gente del lugar se reunió para construirle una fuente con una estatua en su honor no muy lejos del mismo. La estatua fue construida para que el pétreo can siguiese eternamente mirando hacia la tumba de John Gray.


2. HACHIKO
Otro amigo fiel fue Hachiko, un perro de raza akita nacido en 1923 en la ciudad japonesa de Odate. Sin embargo, menos de un año más tarde, su dueño, un profesor de agricultura llamado Hidesamuro Ueno, lo llevaría hasta Tokio. Allí Hachiko se acostumbraría a su vida citadina yendo todas las noches hasta la estación de trenes Shibuya para recibir a su dueño cuando éste llegaba del trabajo. Por desgracia, Ueno fallece en 1925 y nunca es llevado nuevamente a su casa, por lo que Hachiko queda abandonado en las calles. No obstante, durante 11 años el can volvería fielmente todas las noches a la estación, exactamente a la hora en la que arribaba el tren que solía tomar Ueno. Una vez frenado el tren Hachiko buscaba a su amo cuidadosamente entre la multitud y luego se retiraba. Al cabo de unos años un antiguo alumno de Ueno, que se encontraba realizando un censo de akitas, se enteraría de la historia, y publicaría varias notas con la historia del perro fiel. Una de estas notas aparecería en el más importante periódico de Tokio. Gracias a esto Hachiko ganaría fama a nivel nacional y varias historias y poemas se escribieron alrededor de él. Sin embargo, más importante aun, Hachiko salvaría a su raza, ya que solo quedaban 30 akitas puros en todo el Japón, y a partir de ese momento la historia hizo que se preservaran cuidadosamente. Hoy en día la población de akitas supera los miles. Hachiko es recordado con una estatua en la estación de Shibuya.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Hace muchos años vi una película que me parece está basada en el caso de Hachiko (sería demasiada coincidencia que se tratase de otro perro, pues las circunstancias eran similares).
Estas historias siempre me conmueven mucho. A veces los animales saben ser más fieles que la gente.
Saludos.

Anónimo dijo...

Yo tengo un chucho que no me quiere y que parece peluche viejo jeje saludos bicha te cuidas.