abril 22, 2008

Una prisión para genios

Sergey Korolyov, el ingeniero que desarrolló las naves serie Soyuz; Nikolay Timofeev-Ressovsky, genetista pionero; Leonid Ramzin, inventor prodigio; Aleksandr Solzhenitsin, Nobel en literatura; Andrei Tupolev, creador de la familia de aviones serie Tu y ANT; y muchos otros científicos tuvieron algo en común: fueron encarcelados en un campo donde, encadenados a tableros de diseño o laboratorios, se les encomendó la tarea de desarrollar tecnología bélica y propaganda para la URSS.

El origen de estos nefastos campos de concentración para genios tendría lugar en 1934, cuando el ingeniero Leonid Ramzin y su grupo de trabajo fueran sentenciados y condenados a seguir trabajando como prisioneros bajo el estricto control de la policía secreta. Entre 1938 y 1939 los frutos de esta comisión serían evidentes, y bajo el mando del general Valentin Kravchenko, y la supervisión directa de Lavrenty Beria, un alto oficial de la NKVD, predecesora de la KGB, se crearía oficial y secretamente la Sharashka. En 1941 recibiría su nombre formal: el 4to. Departamento Special de la NKVD de la URSS. Creando durante los años complejos de investigación secretos en las áreas más remotas de Rusia. Los años serían interminables para sus prisioneros, y sólo tras la muerte de Stalin, en 1953, su condición sería revisada y las operaciones del campo finalizadas.
En la gran mayoría de los casos, los “crímenes” por los que éstos genios eran enviados a la Sharashka eran prácticamente irrisorios. Por ejemplo, el legendario Korolyov, tras ser denunciado falsamente por su jefe, Valentin Glushko, quien lo envidiaba inmensamente, sería enviado a un gulag normal por varios años. Allí, obligado a vivir en condiciones infrahumanas y trabajar hasta la muerte, perdería casi todos sus dientes, y sufriría un daño cardíaco irreparable. Solamente tras una fuerte presión por parte de un grupo de intelectuales soviéticos, su condena sería “aminorada”, y enviado a la Sharashka, donde, totalmente incomunicado de su familia y viviendo en el puro hacinamiento, debería trabajar durante 18 horas diaras diseñando aviones de combate para Stalin. Irónicamente, la paranoia soviética era tal que el mismo Glushko, el denunciante y también ingeniero prodigio, considerado como uno de los mayores expertos en propulsión del mundo, caería como sospechoso durante la Gran Purga y también sería enviado a la Sharashka, donde se reencontraría con su antiguo y muy demacrado colega.

El trabajo era literalmente de esclavos, y el crédito de los descubrimientos conseguidos por los científicos prisioneros generalmente iba a científicos alineados o en buena relación con el Partido Comunista. Tras la muerte de Stalin y la finalización de la Sharashka, el estado intentaría mantener a dichos científicos dándoles todo tipo de comodidades. Irónicamente, en el caso del más vapuleado de todos, Korolyov, tras su muerte se crearía una medalla en su honor y se lo despediría con un funeral de estado.

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